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¿El amor eterno puede nacer en internet?

La historia de Andrés y Cintia te demostrará que sí (y te dará esperanzas).

Soy de la generación del Party Line. Me resulta extraño admitirlo en voz alta porque soy plenamente consciente de que a los más jóvenes esto les sonará tan desconocido como “Melrose Place”, mientras que para las generaciones más adultas no fue más que una pequeña anécdota que seguro olvidaron… Para nosotros, sin embargo, fue importante. Para los que ahora estamos en plena treintena, fue una verdadera revolución.

¿Recuerdas el Party Line? Sí, claro, era aquel teléfono al que llamabas cuando todavía no existían los celulares. Lo hacías desde el teléfono fijo, aquel que tenías que marcar girando una rueda porque todavía a nadie se le había ocurrido lo de pulsar botones. Estabas escondido en algún punto de la casa de tus padres, para que no te escucharan. Y, de repente, la magia ocurría y te encontrabas hablando con una persona al azar o con un grupo de personas cuyas voces se superponían las unas a las otras sin ningún orden.

Cada uno sacó algo diferente del Party Line. La mayor parte de los que llamábamos pasábamos buenos ratos, una especie de proto-versión excitante de lo que más tarde serían los chats en los inicios del Internet. Nuestros papás sacaron únicamente recibos de teléfono altísimos. Y yo, por mi parte, saqué una “pen pal” que se llamaba Elena y que no me duró ni tres cartas, si no recuerdo mal.

Supongo que, al fin y al cabo, por aquel entonces (principios de los 90, por si todavía no te has ubicado) ya corría por nuestras venas esa necesidad de vivir a un ritmo acelerado que más tarde se acabaría por materializar en la Era de la (sobre)Información. Necesitábamos más, y lo necesitábamos ya. Pero, sea como sea, aquel Party Line demostró una cosa: que para nuestra generación no iban a existir fronteras ni distancias.

Cualquiera podrá alegar que estoy diciendo idioteces y que los “pen pals” habían existido de toda la vida… Pero a quien me diga eso puedo responder que los “pen pals” no tienen nada que ver con lo que estamos viviendo en la actualidad: tenemos relaciones de amistad (a través de chats) más profundas con gente que vive a kilómetros que con nuestros vecinos. Y, como consecuencia lógica a todo esto, también vivimos flechazos matadores con gente a la que sólo vemos a través de los diferentes escaparates de internet.

Así las cosas, ¿qué carajo hacemos con las historias de amor de toda la vida? ¿Seguimos creyendo en el chico-conoce-a-una-chica en el metro y mueren juntitos setenta años después? ¿Nos siguen enamorando las películas románticas en las que el mejor amigo de tu infancia acaba revelándose como el amor de tu vejez? Claro que no. Necesitamos nuevas historias de amor. Necesitamos nuevos mitos. Necesitamos nuevos amoríos que retraten los tiempos que corren y que no se aferren a los mitos románticos que ya no existen.

Pienso todo esto y, de repente, me doy de bruces contra un muro de ladrillos en forma de pregunta: si todos tenemos las relaciones virtuales más que interiorizadas, ¿por qué parece que están mal vistas socialmente? Yo mismo he contemplado cómo algunos de mis amigos que han encontrado pareja a través de internet han chocado frontalmente contra la típica pregunta de “¿en serio?” al explicarlo a terceras personas. ¿No es inquietante? Para mí sí. Será que tengo pareja desde hace más de diez años y que sólo usé un portal de contactos por allá del 2002, cuando no tenían nada que ver con lo que son ahora.

Pero, oye, para algo soy periodista, ¿no? Habrá quien piense que un periodista es alguien que explica unos hechos de forma objetiva y verídica. Y supongo que también. Pero siempre me han gustado mucho más los periodistas que lanzan una pregunta al aire y, a partir de ahí, buscan respuestas. Así que, no me pregunten cómo, pero conseguí que la buena gente de AdoptaUnChico en su versión española me pasara el contacto de una pareja estable que se conoció usando este servicio.

Me gustaría pensar que soy Truman Capote. Me gustaría pensar que estoy escribiendo A sangre fría… Pero los tiempos también han cambiado muchísimo desde el bueno de Truman, así que lo único que tengo que hacer es llamar a Andrés y a Cintia para que me cuenten su historia.

ÉL… me explica cómo empezó todo. O, por lo menos, me ofrece su visión de cómo empezó todo. Me habla de patrones de búsqueda, de visitas, de hechizos… Y tengo que frenarlo y admitir que no tengo ni idea de cómo funciona AdoptaUnChico. Me lo explica poniendo como ejemplo los inicios de su relación con Cintia hacia finales de 2013. Por aquel entonces, Andrés estaba en los treinta y vivía en Sevilla, España. Nunca había tenido una relación tan estable como para vivir en pareja. Pero sabía que eso era lo que quería.

ELLA… no quería una relación. Cintia me cuenta que, con 25 años, venía de una relación difícil que acabó mal y lo que menos ganas tenía era de soportar a trolls del internet. En AdoptaUnChico encontró un sistema que le ofrecía seguridad, ya que la mujer tiene el poder, es la que elige y lleva las riendas en los primeros contactos. La cosa funciona así: si eres una chica, creas un perfil que sea tu mejor espejo. Cintia hizo su perfil de una forma tremenda. Y, una vez con el perfil hecho, acotas tu perfil de búsqueda: físico, personalidad y, claro, zona en la que quieres ver y en la que quieres que te vean.

 

ÉL… deja claro que, como usuario, esto es bueno para todos. Ellos pueden verlas a ellas aunque no pueden hablarles directamente. Pero, claro, aquí hay truco: cuando ellos las ven a ellas, dejan un rastro detrás. Lo que significa que ellas saben quién ve su perfil.

ELLA… lo vio a él. Cintia vio a Andrés. Lo vio, claro, después de haber cambiado su patrón de búsqueda. Porque, pese a ser valenciana de nacimiento, Cintia hacía un par de años que vivía en Murcia, donde trabaja como profesora en una Universidad Católica (y ya sabes: ciudad nueva + Universidad Católica = vida social un poco complicada). Ella era consciente, además, de que estaba siendo muy estricta y que, probablemente por eso, tampoco encontraba demasiadas opciones a su alrededor. Así que decidió cambiar su patrón de búsqueda, aunque fuera durante un ratito. El ratito suficiente como para que Andrés la viera desde Sevilla. El ratito suficiente como para que Andrés dejara su rastro tras de él y a Cintia le pareciera un rastro mucho más que sugerente. Pero decidió hacerse la interesante. Por lo menos, hasta que…

ÉL… le lanzó un hechizo. Llegados a este punto, por fin entiendo qué son los hechizos: son acciones que ellos pueden hacer para llamar la atención de ellas. Y vaya que si Andrés llamó la atención de Cintia.

ELLA… debió pensar “¿por qué no?”. Andrés estaba lejos, pero tampoco es que cerca hubiera nada que le motivara. Así que empezaron a hablar a través del chat de AdoptaUnChico… Y las cosas empezaron a acelerarse de forma vertiginosa. De esa forma vertiginosa que sólo ocurre en un mundo virtual en el que los minutos son horas, las horas son días y nos perdemos casi sin darnos cuenta. Ese mundo virtual en el que no hay ni tiempo ni espacio y es por eso mismo que las relaciones crecen rápido, rapidísimo, como un cultivo hidropónico de amistades y amoríos.

Pero no nos desviemos de lo que nos interesa. Lo que nos interesa es que era diciembre de 2013. Lo que nos interesa es que el primer día chatearon. El segundo también. Una semana después, por fin hablaron por teléfono. No es difícil imaginar el gran paso que supone eso: hay quien dice que los ojos son el espejo del alma, pero la voz no se queda corta. También hay quien dice que, si sonríes mientras hablas por teléfono, el interlocutor puede notarlo. Es algo en lo que siempre he creído por completo.

Pero, de verdad, no nos desviemos de lo que nos interesa. Porque lo que nos interesa es que por fin hablaron por teléfono y, entonces…

ÉL… se enamoró de su voz. Más adelante, Andrés se lo recordará a Cintia siempre que tenga ocasión: lo que le enamoró fue su dulce voz al teléfono. Y ya se sabe cómo es un hombre enamorado: maravillosamente insensato. Tan insensato como para tomar las riendas y, un mes después, en enero de 2014, plantarse en Murcia para conocer a aquella voz en persona.

ELLA… matiza que las cosas fueron rápidas… pero no tanto. Lo reconozco: todo el barullo alrededor de las apps móviles ha metido en mi cabeza la idea de que la gente usa este tipo de portales y aplicaciones para encontrar la nalga más cercana. Cintia, sin embargo, sonríe (lo puedo escuchar perfectamente a través del teléfono) al explicarme que, cuando se conocieron, no pasó nada. Hablaron. Hablaron más. Hablaron de rap. Hablaron de sus vidas. Hablaron más todavía. Hablaron sobre todo lo que puede hablar una pareja en ciernes, pero tardaron en “pasar a mayores” (y perdonen que me exprese aquí con un pudor más propio de mi abuela que de mí, pero es que estamos hablando de amor y odiaría enturbiar este sentimiento con malas palabras).

ÉL… no tardó en volver a Murcia. Dos semanas después de su primera visita, volvía a estar junto a Cintia. Viajaron a Valencia. Estuvieron en la playa. Volvieron a Murcia y ninguno de los dos quiso afrontar la realidad de lo que estaba ocurriendo. ¿Qué estaban haciendo? ¿Qué iban a hacer juntos una valenciana que vive en Murcia y un sevillano? ¿Estaban dispuestos a tener una relación a distancia? ¿Verdaderamente creían que una relación a distancia podía tener futuro? No hay espacio para preguntas cuando aparece el amor, evidentemente. Pero, aun así, justo antes de que Andrés partiera de vuelta hacia Sevilla…

 

ELLA… puso sobre la mesa el tema que no habían debatido hasta ese momento. Lo tenía muy claro: por mucho que le doliera, por mucho que hubiera empezado a sentir algo por Andrés, Cintia no quería una relación a distancia. Sabía que esta decisión les haría sufrir, pero no contaba con que…

ÉL… se salió por la tangente. Andrés reconoce que los planetas se alinearon y su situación personal hizo posible que le diera vueltas al asunto. En aquel momento, estaba sin trabajo, después de haberse pasado varios años viajando por toda España por cuestiones laborales. ¿Y qué puede ocurrir dentro de la cabeza de una persona que se ha acostumbrado a vivir fuera de casa y cuyo nuevo amor vive en otra ciudad?

Ya lo dije más arriba: un hombre enamorado es sinónimo de maravillosa insensatez. Así que Andrés tomó la única decisión que podía tomar: si Cintia no quería una relación a distancia, pues no tendrían una relación a distancia. Tendrían una relación en la misma ciudad. Aunque eso significara tener que mudarse a Murcia.

ELLA… no lo podía creer. Claro que no se la creía. Así como no te la creerías tú y como no me la creería yo. Pero eso no impidió que aceptara la propuesta y que, por lo tanto, ÉL y ELLA pasaran a ser…

ELLOS. Ellos, que están a punto de cumplir tres años de relación feliz. Ellos, que se llaman “gordi” el uno al otro olvidándose de que estoy al otro lado de la línea de teléfono. Ellos, que no quieren plantearse qué pasará en el futuro o en qué ciudad acabarán porque saben que, acaben donde acaben, acabarán juntos. Ellos, que me acaban de demostrar que las relaciones no sólo pueden nacer en internet y perdurar en el tiempo, sino que, sobre todo, me han dejado claro que una relación nacida en el mundo virtual puede ser bonita hasta decir basta. Bonita como ya casi nunca ocurre en la vida real.

FantasticPlasticMag

RAÜL DE TENA

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